CENÁCULO DE CONSAGRACIÓN AL PURÍSIMO E INMACULADO VIENTRE DE MARÍA
Día 5
Día 5
13 de marzo del 2014
La Vida de Dios en Mí.
La Vida de Dios en Mí.
La Santa Madre:
Hijos, Dios fue mi Dios, pero también fue y es mi Padre. Solo con la obediencia y la humildad se puede ser grato a sus ojos. Obedientes en cumplir sus Palabras, como Yo en el momento de la Encarnación.
Así como mi Vientre fue apartado del pecado y consagrado para mi Hijo Jesús. Así Yo fui preservada para decir sí, sí en el dolor, sí en las pruebas, sí.
Yo tenía clara mi misión de ser la Madre del Hijo de Dios, Yo soy.
He sido el centro de este gran Misterio. Mi Vientre fue el Santuario del Padre, el Trono del Hijo, y el Sagrario del Espíritu Santo. Por eso soy obediente.
Soy humilde, porque dejé mi ser totalmente para Él. Soy humilde porque le di mi Vientre para dar a Luz a su Hijo. Soy humilde para acogerlos a todos ustedes en mi Vientre, desde la Cruz. Cuando mi Hijo dijo en la Cruz: “Mujer he ahí a tu hijo”, desde ese momento mi Vientre se abrió y continuamente se abre para ustedes (el Vientre de la Santísima Virgen se abrió para los hombres solamente con permiso y orden de Jesús).
Déjense formar por mí, acérquense a la luz.
Dejen que la carne Inmaculada del Hijo, que es mi carne; dejen que la Preciosísima Sangre de Cristo, que es mi Sangre, se funda en ustedes, los llene y los libere de esta carne impura que han dejado contaminar con el pecado.
Dejen que Yo los forme, que Yo los lleve, que Yo los dé a Luz para el cielo, para Cristo, para el Padre.
Fórmense, edúquense y crezcan con esta Madre, Madre de Dolor, Madre de Amor, pero más, Madre de todos ustedes pecadores. Yo los guiaré, Yo gestaré en ustedes una nueva humanidad para la Gloria de Cristo.
Mi Hijo pronto viene. Y se me ha encargado, desde el principio de la Iglesia, llevar la Luz, guiarlos y formarlos a todos mis hijos para prepararlos para la nueva humanidad que se deja redimir, humanidad que se deja guiar, humanidad que se deja conducir.
Por eso estoy aquí con amor de madre, con mi acompañamiento maternal, y quiero llevarlos a Jesús.
Yo, como buena madre quiero la Luz y la Salvación, el conocimiento de Dios para ustedes: que Yo los venga a llamar nuevamente. Acepten mis Llamados de Amor a la humanidad e ingresen en la escuela del Divino Espíritu, mi Purísimo e Inmaculado Vientre.
Así sea, mis pequeños, dejen que Yo los dé a Luz para Dios, para el Cielo. Amén.
Así como mi Vientre fue apartado del pecado y consagrado para mi Hijo Jesús. Así Yo fui preservada para decir sí, sí en el dolor, sí en las pruebas, sí.
Yo tenía clara mi misión de ser la Madre del Hijo de Dios, Yo soy.
He sido el centro de este gran Misterio. Mi Vientre fue el Santuario del Padre, el Trono del Hijo, y el Sagrario del Espíritu Santo. Por eso soy obediente.
Soy humilde, porque dejé mi ser totalmente para Él. Soy humilde porque le di mi Vientre para dar a Luz a su Hijo. Soy humilde para acogerlos a todos ustedes en mi Vientre, desde la Cruz. Cuando mi Hijo dijo en la Cruz: “Mujer he ahí a tu hijo”, desde ese momento mi Vientre se abrió y continuamente se abre para ustedes (el Vientre de la Santísima Virgen se abrió para los hombres solamente con permiso y orden de Jesús).
Déjense formar por mí, acérquense a la luz.
Dejen que la carne Inmaculada del Hijo, que es mi carne; dejen que la Preciosísima Sangre de Cristo, que es mi Sangre, se funda en ustedes, los llene y los libere de esta carne impura que han dejado contaminar con el pecado.
Dejen que Yo los forme, que Yo los lleve, que Yo los dé a Luz para el cielo, para Cristo, para el Padre.
Fórmense, edúquense y crezcan con esta Madre, Madre de Dolor, Madre de Amor, pero más, Madre de todos ustedes pecadores. Yo los guiaré, Yo gestaré en ustedes una nueva humanidad para la Gloria de Cristo.
Mi Hijo pronto viene. Y se me ha encargado, desde el principio de la Iglesia, llevar la Luz, guiarlos y formarlos a todos mis hijos para prepararlos para la nueva humanidad que se deja redimir, humanidad que se deja guiar, humanidad que se deja conducir.
Por eso estoy aquí con amor de madre, con mi acompañamiento maternal, y quiero llevarlos a Jesús.
Yo, como buena madre quiero la Luz y la Salvación, el conocimiento de Dios para ustedes: que Yo los venga a llamar nuevamente. Acepten mis Llamados de Amor a la humanidad e ingresen en la escuela del Divino Espíritu, mi Purísimo e Inmaculado Vientre.
Así sea, mis pequeños, dejen que Yo los dé a Luz para Dios, para el Cielo. Amén.
Comentario de Manuel de Jesús:
La Santísima Madre me pidió que explicara estas grandes virtudes de la obediencia y la humildad. Estas grandes virtudes son la clave para un buen crecimiento espiritual porque los profetas fueron humildes y obedientes.
Nuestro amable Redentor fue humilde, no alardeó de su condición divina, sino que se abajó, se hizo uno de nosotros. Vivió según nuestra naturaleza, no según la carne sino según nuestra humanidad limitada: pobre, con dificultades, miedos, trabajos, cansancio, dolor, el humilde por excelencia. Fue en esta humildad que Jesús se formó, humildad y obediencia a sus padres, humildad para obedecerlos.
Jesús el Unigénito del Padre, fue el más obediente de sus hijos. Él se encarnó en el Vientre de una creatura salida del Corazón del Padre. El Señor se encarnó, se abajó con humildad a nuestra condición y se hizo hombre por obediencia al Padre.
Pero no podemos hablar de obediencia y humildad sin amor, amor para el Padre; porque será el amor que nos lleve a la humildad, y de la humildad, esto quiere decir, de reconocernos creaturas, hijos del Padre, llegaremos a la obediencia. María, la más humilde en el momento del Fiat, y la más obediente reconociendo, aceptando, y poniendo en primer lugar la voluntad amadísima del Padre.
Entonces, practicando con amor la humildad y la obediencia nos asemejaremos más a Jesús y reconoceremos la Santísima Voluntad del Padre como lo hizo la Santísima Madre. Así sea.
Alabado sea Jesucristo, con Nuestra Santísima Madre, sea por siempre alabado.
Nuestro amable Redentor fue humilde, no alardeó de su condición divina, sino que se abajó, se hizo uno de nosotros. Vivió según nuestra naturaleza, no según la carne sino según nuestra humanidad limitada: pobre, con dificultades, miedos, trabajos, cansancio, dolor, el humilde por excelencia. Fue en esta humildad que Jesús se formó, humildad y obediencia a sus padres, humildad para obedecerlos.
Jesús el Unigénito del Padre, fue el más obediente de sus hijos. Él se encarnó en el Vientre de una creatura salida del Corazón del Padre. El Señor se encarnó, se abajó con humildad a nuestra condición y se hizo hombre por obediencia al Padre.
Pero no podemos hablar de obediencia y humildad sin amor, amor para el Padre; porque será el amor que nos lleve a la humildad, y de la humildad, esto quiere decir, de reconocernos creaturas, hijos del Padre, llegaremos a la obediencia. María, la más humilde en el momento del Fiat, y la más obediente reconociendo, aceptando, y poniendo en primer lugar la voluntad amadísima del Padre.
Entonces, practicando con amor la humildad y la obediencia nos asemejaremos más a Jesús y reconoceremos la Santísima Voluntad del Padre como lo hizo la Santísima Madre. Así sea.
Alabado sea Jesucristo, con Nuestra Santísima Madre, sea por siempre alabado.