SANTÍSIMA TRINIDAD
CAPÍTULO I
LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LOS SAGRADOS CORAZONES UNIDOS DE JESÚS Y DE MARÍA
ARTÍCULO I––DIOS TRINO Y UNO.
La Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo son un mismo Dios en Tres Personas Distintas, es decir, ese Dios es el Padre Creador, Dios es el Hijo Redentor, Dios es el Espíritu Santo, son Tres Personas Distintas que comparten una misma Alianza y Comunión de Amor.
30 de abril del 2014 – Llamado de Amor y Conversión de la Santísima Trinidad
Soy vuestro Dios Trino y Uno
Amado hijo, soy la Santísima Trinidad, soy vuestro Dios Trino y Uno.
Para que el Fuego del Amor Divino ingrese en cada alma y puedan entregar sus pecados, deben abrir sus corazones para que entremos y cenemos (Ap. 3, 20) con ustedes y así purifiquemos vuestras vidas y vuestro interior.
Ámenme y ámense (1 Pedro 1, 22) con el Fuego del Amor Divino.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ave María Purísima, sin pecado original concebida.
Comentario de Manuel de Jesús:
El Fuego del Amor Divino entonces, ahora, se convierte en el Fuego de un nuevo Pentecostés.
ARTÍCULO II––DIOS QUE SE REVELA A LA CREATURA.
Esta Santísima Trinidad que, en el principio, era el Padre, la Palabra y el Espíritu, se revelan al hombre, se acercan al hombre. Es un Dios Trino y Uno que gusta comunicarse al hombre. Es un Dios Trino y Uno que se deleita en la compañía de aquellas almas que lo alaban, lo adoran, lo aman, en espíritu y verdad (Juan 4, 23).
Este Dios se reveló a Israel como el único Dios, haciendo un llamado a ese pueblo para que lo reconocieran como único Señor y al reconocerlo como único Señor, deberían amarlo con toda su alma y con toda su fuerza (Dt 6, 4-5).
Este Dios Trino y Uno se ha revelado a su pueblo a través de los profetas, hombres ungidos en el Espíritu del Señor que reconocieron la Divina Voluntad de Dios; por su
esfuerzo y ayuda de la gracia comprendieron: “con Dios todo, sin Dios nada”. Este Dios invitó a los hombres que volvieran a Él, con todo el corazón.
El primer paso de ese volver es el arrepentimiento, un arrepentimiento que no consista solo en un remordimiento moral, sino en dolor de haber ofendido a un Dios que ama inmensamente a sus creaturas. Al reconocer esto con todo el corazón tendrás que definirte, tomar una decisión, ¿responderás con un Fiat salido desde el amor?
El Señor llamó a Israel y a través del santo profeta Elías, les pidió una decisión, si escogerían al Dios vivo de los Ejércitos, o escogerían a los ídolos baales, es decir Dios o el mundo, la santidad o el pecado. Por eso, muy pocas almas se atreven a profundizar en este misterio porque es de su conocimiento que, al acercarse, adentrarse y esconderse en Dios, significa renunciar a satanás y evitar en todo aspecto el pecado por puro Amor-Fiat a Dios.
Este misterio trinitario se vuelve entonces en el misterio central de la fe y de la vida cristiana, porque solo Dios puede darnos a conocer la verdad revelándose como Padre, como Hijo, como Espíritu Santo.
14 de julio del 2019––LLAMADO DE AMOR Y CONVERSIÓN DE DIOS PADRE TIERNO Y MISERICORDIOSO
Creaturas todas mías, las he creado por amor. Han salido de mi amor y es necesario que regresen a mi amor, que vivan del amor, que amen al Amor. El pecado alejó a mis hijos del amor y de la comunión conmigo, su Padre.
Envié a mi Hijo para que se sacrificara por ustedes, y mi Hijo Jesucristo, permanentemente, se sacrifica por ustedes en el santo sacrificio de la Misa, por amor.
Yo Soy Dios Padre Tierno y Misericordioso y nuevamente expreso mi voluntad de ser amado, adorado y conocido como Dios Padre Tierno y Misericordioso. Les exhorto a orar continuamente la Corona de Dios Padre que le he dictado al más pequeño de mis profetas, con esta Corona se propagará la Devoción a Dios Padre. Yo prometo a todas las almas que oren la Corona a Dios Padre que experimentarán mi amor, mi ternura y mi misericordia.
Hijos míos, como Dios Padre Tierno y Misericordioso, con la Corona, con el Apostolado, estoy haciendo un último llamado a la humanidad para que regrese a mis brazos de Padre.
Con ternura paternal los bendigo.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ave María Purísima, sin pecado original concebida.
ARTÍCULO III––DIOS EN EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN EN MARÍA SANTÍSIMA, SE REVELA COMO TRINIDAD.
La Santísima Trinidad encuentra su Sagrario y Templo Viviente en María Santísima porque, en la Madre, en el momento de la Anunciación-Encarnación del Hijo, Dios también se reveló como Trinidad; como Padre y a la vez como el Hijo, porque el Hijo es consubstancial al Padre, porque es en Él y con Él, un mismo Único Dios.
El Espíritu Santo fue enviado a cubrir a la Madre María (S. Lucas 1, 35), fue enviado en el Nombre del Padre, con la participación de la Eterna Palabra, su Hijo, porque este Espíritu Santo fue enviado por la Santísima Trinidad (S. Juan 14, 26), se revela con Ellos mismos en un Dios Único, y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que recibieron por primera vez por el Doloroso e Inmaculado Corazón de María, rindiéndose a su Divina Voluntad (S. Lucas 1, 38).
Este Dios Trino y Uno tiene toda la verdad, que solo Dios es. Dios es la plenitud del ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Es solo por sí mismo y por sí mismo todo lo que es.
2 de febrero del 2018 – LLAMADO DE AMOR Y CONVERSIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS
Cuando mi Madre dijo “Sí” al Plan Redentor de mi Padre Eterno, el Espíritu Santo la tomó. A través de la rendición de la voluntad de mi Madre a la Voluntad del Padre, el Espíritu Santo produjo el gran milagro de la Encarnación, es así cuando Yo fui concebido en el seno de mi Mamá por medio de la Gracia Divina. Cuando mi Mamá dijo “Sí”, la Trinidad Santísima actuó en la vida y en el ser de mi Mamá Celestial.
Apóstoles de mi Sagrado Corazón, cuando la voluntad de ustedes, voluntades humanas se rinden a la Voluntad Divina, ese acto es un “sí”, un “hágase”; por medio de esa renuncia a ustedes mismos, Dios Trinidad hace grandes obras en ustedes.
Cuando las voluntades humanas de ustedes, cuando sus impulsos, sus sentimientos, sus imperfecciones los detienen; cuando están propensos a la ira, a la impaciencia, al desánimo, a la desconfianza, pero se niegan a eso ante la Voluntad del Padre, ¡Dios hace maravillas!
Es necesario que oren, para que viendo el ejemplo de mi Mamá al decir “Sí” a Dios, y al decir “No” a Ella misma, se produjo la Gracia de la Encarnación y desde la Encarnación, la Redención de todos los hombres– cuando ustedes se dicen “no” y dicen “sí” a lo que Nuestros Sagrados Corazones esperan de ustedes, mi insondable misericordia puede hacer grandes obras.
Yo deseo con todo mi Corazón que sean santos, para que cada día sea nuevos pasos hacia la santidad y no hacia la perdición. Pero todo inicia con el “sí”, con el “hágase”, con la rendición de vuestras voluntades a la mía.
Mi Voluntad solamente es Amor, solamente es Misericordia y, solamente desea producir frutos de paz, de amor y de santidad en sus vidas.
Yo soy Hijo del “Fiat” de mi Mamá Celestial. Oren, queridos hijos, para que ese “Fiat” de mi Mamá se multiplique en ustedes, de fruto en ustedes, sea visible en ustedes.
Recuerden poner mucha atención a mi Evangelio y a mis Llamados de Amor y Conversión, para que puedan profundizar, cada día más, en los designios de Misericordia.
Les doy mi bendición compasiva, piadosa, anhelante del amor de ustedes, deseosa de ser amada por ustedes
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ave María purísima, sin pecado original concebida.
Fuente: MANUAL DE LA ESPIRITUALIDAD Y ESTATUTOS DEL APOSTOLADO DE LOS SAGRADOS CORAZONES UNIDOS DE JESÚS Y DE MARÍA
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD: HOMILÍA DE JUAN PABLO II
MISTERIO DE COMUNIÓN INTERPERSONAL
Juan Pablo II, Homilía en la basílica de San Pedro 29-5-1983:
«Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra» (Sal 8, 2). Queridos hermanos y hermanas (…). Estas palabras del Salmo responsorial de la liturgia de hoy nos ponen con temblor y adoración ante el gran misterio de la Santísima Trinidad, cuya fiesta estamos celebrando solemnemente. «¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!». Y sin embargo, la extensión del mundo y del universo, aun cuando ilimitado, per quanto sconfinato,no iguala la inconmensurable realidad de la vida de Dios. Ante él hay que acoger más que nunca con humildad la invitación del Sabio bíblico, cuando advierte: «Que tu corazón no se apresure a proferir una palabra delante de Dios, que Dios está en los cielos, y tú en la tierra» (Qo 5, 1).
Efectivamente, Dios es la única realidad que escapa a nuestras capacidades de medida, de control, de dominio, de comprensión exhaustiva. Por eso es Dios: porque es él quien nos mide, nos rige, nos guía, nos comprende, aun cuando no tuviésemos conciencia de ello. Pero si esto es verdad para la divinidad en general, vale mucho más para el misterio trinitario, esto es, típicamente cristiano de Dios mismo. Él es a la vez Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero no se trata ni de tres dioses separados, lo cual sería una blasfemia, ni siquiera de simples modos diversos e impersonales de presentarse una sola persona divina, lo cual significaría empobrecer radicalmente su riqueza de comunión interpersonal.
Nosotros podemos decir del Dios Uno y Trino mejor lo que no es que lo que es. Por lo demás, si pudiésemos explicarlo adecuadamente con nuestra razón, eso querría decir que lo habríamos apresado y reducido a la medida de nuestra mente, lo habríamos como aprisionado en las mallas de nuestro pensamiento; pero entonces lo habríamos empequeñecido a las dimensiones mezquinas de un ídolo.
En cambio: «¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!». Es decir: Qué grande eres a nuestros ojos, ¡qué libre! ¡qué diverso!. Sin embargo, he aquí la novedad cristiana: el Padre nos ha amado tanto que nos ha dado a su Hijo unigénito; el Hijo, por amor, ha derramado su Sangre en favor nuestro; y el Espíritu Santo, desde luego, «nos ha sido dado» de tal manera que introduce en nosotros el amor mismo con que Dios nos ama (Rm 5, 5), como dice la segunda lectura bíblica de hoy.
El Dios Uno y Trino no es, pues, solo algo diverso, superior, inalcanzable. Al contrario, el Hijo de Dios «no se avergüenza de llamarnos hermanos» (Hb 2, 11), «participando en la sangre y la carne» (Ib. 2, 14) de cada uno de nosotros; y después de la resurrección de Pascua se realiza para cada uno de los cristianos la promesa del Señor mismo, cuando dijo en la última Cena: «Vendremos a él, y en él haremos nuestra morada» (Jn 14, 23).
Es evidente, pues, que la Trinidad no es tanto un misterio para nuestra mente como si se tratase de un teorema intrincado, cuanto, y mucho más, de un misterio para nuestro corazón (cf 1Jn 3, 20), puesto que es un misterio de amor. Y nosotros nunca captaremos, no digo tanto la naturaleza ontológica de Dios, cuanto más bien la razón por la que él nos ha amado hasta el punto de identificarse ante nuestros ojos como el Amor mismo (cf 1Jn 4, 16)».
Pura Paternidad, pura Filiación, puro Nexo de Amor
La Unidad de la Divinidad en la Trinidad de las Personas es un misterio inefable e inescrutable. Para poder explicar en cierto modo el significado del dogma fue de fundamental importancia la distinción entre el concepto de «persona» y el concepto de «naturaleza» o esencia. Persona es aquel o aquella que posee la naturaleza humana; la naturaleza es todo aquello por lo que quien existe concretamente es lo que es» (Selección de la Audiencia general 27-11-1985). «La Iglesia habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como de tres Personas que subsisten en la Unidad de la idéntica Naturaleza divina.
Las personas divinas se distinguen entre sí únicamente por sus relaciones recíprocas: de Padre a Hijo, de Hijo a Padre, de Padre e Hijo a Espíritu, de Espíritu a Padre e Hijo. En Dios, pues, el Padre es pura Paternidad, el Hijo pura Filiación, el Espíritu Santo puro Nexo de Amor de los dos. Esas relaciones, que así distinguen al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y que los dirigen Uno a Otro en su mismo Ser, poseen en sí mismas todas las riquezas de Luz y de Vida de la Naturaleza divina con la que se identifican totalmente. Son relaciones «subsistentes» que, en virtud de su impulso vital, salen al encuentro una de otra en una comunión en que la totalidad de la Persona es apertura a la otra, paradigma supremo de la sinceridad y de la libertad espiritual a la que deben tender las relaciones interpersonales humanas, siempre muy lejanas de este modelo trascendente.
Y por ello, nuestra reflexión ha de retornar con frecuencia a la contemplación de este misterio, al que tan frecuentemente se alude en el Evangelio. Jesús dice: «El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10, 38), «yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30). «Por esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo» (Concilio de Florencia, Año 1442: DS 1331). «Lo que es el Padre, lo es no respecto de sí, sino respecto del Hijo; lo que es el Hijo, lo es no respecto de sí, sino respecto del Padre; del mismo modo el Espíritu Santo, en cuanto es llamado Espíritu del Padre y del Hijo, lo es no respecto de sí, sino respecto del Padre y del Hijo» (XI Concilio de Toledo, Año 675: DS 528). Las tres personas divinas, los tres «distintos», siendo puras relaciones recíprocas, son el mismo Ser, la misma Vida, el mismo Dios» (Selección de la Audiencia general 4-12-1985).
Sta. Isabel Trinitas
Poema a la Santísima Trinidad
Misterio para nuestro corazón (Beata Isabel de la Trinidad)
«¡Oh, Dios mío!¡Trinidad a quien adoro! ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de ti, oh, mi Inmutable, sino que cada instante me haga penetrar más y más en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu amada morada y el lugar de tu reposo. Que nunca te deje allí solo, sino que esté allí toda entera, toda despierta en mi fe, toda en adoración, toda entregada a tu acción creadora.
¡Oh, mi Cristo amado! ¡crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y te pido que me «revistas de ti mismo» (cf Ga 3, 27-28). Identifica mi alma con todos los movimientos de tu alma, sumérgeme, invádeme, sustitúyeme por ti, a fin de que mi vida no sea más que una irradiación de tu Vida. Ven en mí, venez en moi, como Adorador, como Reparador y como Salvador.
¡Oh, Verbo eterno! ¡Palabra de mi Dios! Quisiera pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme enteramente dócil a tus enseñanzas, a fin de aprenderlo todo de ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijarme siempre en ti y permanecer bajo tu gran luz.
¡Oh, mi Astro amado!, fascíname, para que no pueda ya salir de tu irradiación.
¡Oh, Fuego consumidor! Espíritu de Amor, «sobrevén en mí», survenez en moi (cf Lc 1, 35: superveniet in te) a fin de que se realice en mi alma como una encarnación del Verbo: que yo sea para él una humanidad complementaria, humanité surcroît, en la que renueve todo su Misterio.
Y tú, ¡oh, Padre! inclínate hacia tu pequeña criatura, «cúbrela con tu sombra» (cf Lc 1, 35; Mt 17, 5), no veas en ella más que al «Amado en quien tú has puesto todas tus complacencias» (cf Mt 3, 17; 17, 5).
¡Oh, mis Tres! ¡mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Yo me entrego a ti como una presa. Escóndete tú en mí, ensevelissez-vous en moi (cf Col 3, 3), para que yo me esconda en ti, en espera de ir a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas».
(Isabel nace en Dijon, Francia, en 1880; entra en el Carmelo en 1901; escribe esta oración en 1904, y muere en 1906. Es beatificada por Juan Pablo II en 1984).
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA - PRIMERA PARTE - SEGUNDA SECCIÓN - CAPÍTULO PRIMERO
PÁRRAFO 2 EL PADRE
I. "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
232 Los cristianos son bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Antes responden «Creo» a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: «Fides omnium christianorum in Trinitate consistit» («La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad») (S. Cesáreo de Arlés, symb.).
233 Los cristianos son bautizados en «el nombre» del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en «los nombres» de estos (cf. Profesión de fe del Papa Vigilio en 552: DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la «jerarquía de las verdades de fe» (DCG 43). «Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos» (DCG 47).
235 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su «designio amoroso» de creación, de redención, y de santificación (III).
236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la «Theologia» y la «Oikonomia», designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la «Oikonomia» nos es revelada la «Theologia»; pero inversamente, es la «Theologia», quien esclarece toda la «Oikonomia». Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas, La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los «misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto» (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.
II. La revelación de Dios como Trinidad
El Padre revelado por el Hijo
238 La invocación de Dios como «Padre» es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como «padre de los dioses y de los hombres». En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su «primogénito» (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente «el Padre de los pobres», del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).
239 Al designar a Dios con el nombre de «Padre», el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es «Padre» en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).
241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como «el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios» (Jn 1,1), como «la imagen del Dios invisible» (Col 1,15), como «el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia» Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es «consubstancial» al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó «al Hijo Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre» (DS 150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de «otro Paráclito» (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y «por los profetas» (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos «hasta la verdad completa» (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado, así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio ecuménico en el año 381 en Constantinopla: «Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre» (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como «la fuente y el origen de toda la divinidad» (Cc. de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: «El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza: Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo» (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: «Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria» (DS 150).
246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu «procede del Padre y del Hijo (filioque)». El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: «El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración…Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente» (DS 1300-1301).
247 La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa S. León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como «salido del Padre» (Jn 15,26), esa tradición afirma que este procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice «de manera legítima y razonable» (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que «principio sin principio» (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Unico, sea con él «el único principio de que procede el Espíritu Santo» (Cc. de Lyon II, 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.
III. La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe
La formación del dogma trinitario
249 La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (2 Co 13,13; cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.
251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: «substancia», «persona» o «hipóstasis», «relación», etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, «infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana» (Pablo VI, SPF 2).
252 La Iglesia utiliza el término «substancia» (traducido a veces también por «esencia» o por «naturaleza») para designar el ser divino en su unidad; el término «persona» o «hipóstasis» para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término «relación» para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: «la Trinidad consubstancial» (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: «El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza» (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). «Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina» (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 804).
254 Las personas divinas son realmente distintas entre sí. «Dios es único pero no solitario» (Fides Damasi: DS 71). «Padre», «Hijo», Espíritu Santo» no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: «El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo» (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: «El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede» (Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.
255 Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: «En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia» (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, «todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación» (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1330). «A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo» (Cc. de Florencia 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio Nacianceno, llamado también «el Teólogo», confía este resumen de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje…Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero…Dios los Tres considerados en conjunto…No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo…(0r. 40,41: PG 36,417).
IV Las obras divinas y las misiones trinitarias
257 «O lux beata Trinitas et principalis Unitas!» («¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!») (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el «designio benevolente» (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, «predestinándonos a la adopción filial en él» (Ef 1,4-5), es decir, «a reproducir la imagen de su Hijo» (Rom 8,29) gracias al «Espíritu de adopción filial» (Rom 8,15). Este designio es una «gracia dada antes de todos los siglos» (2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). «El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio» (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): «uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: «Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23).
Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora (Oración de la Beata Isabel de la Trinidad)
RESUMEN
261 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
262 La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir, que es en él y con él el mismo y único Dios.
263 La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo «de junto al Padre» (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. «Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria».
264 «El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno de este al Hijo, del Padre y del Hijo en comunión» (S. Agustín, Trin. 15,26,47).
265 Por la gracia del bautismo «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, SPF 9).
266 «La fe católica es esta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad» (Symbolum «Quicumque»).
267 Las personas divinas, inseparables en lo su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.