Pequeño oblato de Nuestros Dos Corazones:
En el silencio de aquel día santo, de soledad, mi Corazón de Madre oraba y esperaba, recordaba en oración y contemplación el gran amor manifestado por Jesús a los hombres.
Mi Hijo se entregó hasta los extremos del amor, sufriendo por cada uno de los pecados de los hombres, pero cada sufrimiento de mi Hijo era compartido en nuestros Dos Corazones.
Todos los hombres son hijos de mi dolor corredentor y en el gran misterio de María Corredentora se encuentra el mandato de Jesús dado en la Cruz: » ahí tienes a tu madre».
Ahora, como el Corazón Doloroso e Inmaculado de María vengo a todos mis hijos para que me acojan y vivan mis últimos Llamados.
Nuestros Dos Corazones unidos por el Espíritu Santo, en el amor, haremos todas las cosas nuevas. ¡Escúchennos y ámennos!
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.