Queridos hijos de mi Castísimo Corazón:
Deseo que reflexionen, que mediten, y que contemplen el Misterio de Dios hecho hombre:
Que habiendo llegado la Plenitud de los Tiempos se encarnó de la Santísima Virgen, y naciendo vino a redimir al mundo. Dios no sólo se hizo hombre, Dios se rebajó, por amor, de su dignidad. ¿Saben lo que implica en el Orden de la Naturaleza Divina que Dios se haya humillado totalmente a la creatura para nacer? ¿Saben ustedes la humillación infinita de Dios de no hacer alarde de su condición para nacer como hombre?
Dios es el primero en humillarse, Dios es el primero en hacerse débil, pequeño, indefenso. Ustedes, conociendo este Misterio van a comprender de verdad lo que es ser manso y humilde de corazón.
Dios no vino a condenar a los pecadores sino a mostrarse un hermano, un amigo, un pobre. Ser manso y humilde de corazón, como el Niño de Belén, implica mirar con ojos de humildad, implica convencerse de que no somos nada. Ser humildes de corazón implica aceptar el dolor, como la purificación del pecado. Vean en el Nacimiento del Niño el nacimiento de la humildad, de la mansedumbre, de la pequeñez de espíritu. Porque solamente los que imiten al Niño de Belén, y se hagan pequeños, entrarán en el Reino. La Puerta del Reino es pequeña, porque es para las almas humildes.
¡Oren y mediten en mi Llamado! Pidan la gracia de ser pequeños, porque el pequeño sabe mirar a Dios, sabe adorarlo. El pequeño sabe agradecer. El pequeño se vuelve como una estrella luminosa, para los que lo rodean. El pequeño nunca llega sólo al Cielo, lleva muchas almas que rescató con su ejemplo. No tengan miedo de ser pequeños, es más pidan la gracia de hacerse pequeños.
Les doy mi Bendición Patriarcal y recuerden que Yo también me hice pequeño y dije ‘sí’ al Proyecto de mi Padre Celestial. No olviden que la Cueva de Belén es una Cueva Abierta porque es pequeña y siendo pequeña alcanzan todos, en el corazón pequeño alcanzan todos.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.