María en la vida de la Iglesia.
Mi querida Madre estuvo presente en el nacimiento de la Iglesia, cuando la bauticé con mi Agua y Sangre, desde el Calvario, y cuando se confirmó en la fe, en Jerusalén, en la Fiesta de Pentecostés. Al principio mis apóstoles gemían por mi pérdida, pues no tenían su corazón cimentado en mis palabras. Mi Madre Bendita siempre les recordaba la Escritura: el Hijo del hombre tendrá que morir, pero resucitará al tercer día. Mi Madre les animaba en la oración y los mantenía unidos en un solo corazón, y una sola fe y en un mismo espíritu.
Mi Madre sostuvo a la Iglesia y con su presencia siempre la ha sostenido porque es mujer de la promesa de Dios. La Hija del Rey, mi Madre María, fue siempre y la más grande esclava del Señor.
Ahora, mis apóstoles, les repito, nuevamente, acudan a Ella para que los sostenga y anime, mi Madre siempre ha utilizado su título Madre de la Iglesia, porque siempre se hace presente en los momentos cruciales de la vida misma, de la Iglesia. Mi amada Madre siempre anima y conforta, aunque sufre místicamente por la dureza de corazón de este pueblo que no me ama con sinceridad.
Recen el Santo Rosario, cadena de salvación, e imploren por toda la jerarquía de la Iglesia para que acepten y se dejen guiar por mi amada Madre. Síganla siempre y oigan sus maternales consejos.
Les amo y les bendigo.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ave María Purísima, sin pecado original concebida.