Mis amados hijitos, soy la Madre de la Humildad, soy la Esclava del Señor y Sierva de Todos los Hombres en Dios, soy la pequeña María, la sencilla Virgen en Nazaret, soy la que se alegra por ser humilde, por ser pequeña, y Mi Corazón se regocija al saber que Dios es todo, que Dios hace todo.
Pequeños, la vida de la Sagrada Familia siempre estuvo revestida con el don de la humildad; pero la humildad, queridos hijos, no los hace excluirse, sino que los convierte en servidores; la verdadera humildad los lleva a servir a los demás.
Jesús, Mi Hijo, fue siempre humilde y con humildad aceptó el sacrificio de la Cruz. Mi Hijo Dios no pensaba si su muerte en Cruz era injusta. Mi Hijo humildemente pensaba que era la Voluntad de Dios. ¿Por qué es tan difícil que comprendan esto? ¿Por qué el hombre, una y otra vez, cae en la tentación de querer ser Dios? ¿No es Dios el que gobierna sus vidas? ¿No es Dios el que sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan? ¿No viste Él a las aves del campo, a las flores? Y si ustedes son sus hijos son más importantes que eso. Entonces, hijos Míos, ¿porqué pretenden enaltecerse ustedes? El orgullo, el egoísmo, la soberbia, es lo que está destruyendo a la familia; la incomprensión, el querer ser, y no dejar que Dios sea.
Hijos Míos, si comprendieran que todo depende de Dios, y todo sucede porque Él lo permite, todo pasa en sus vidas porque Él así lo quiere.
¡Paz! ¡Reciban las Gracias con paz! ¡Alégrense de ser poco o nada en la presencia de Dios! Sólo la humildad hace grandes santos. El trigo que se levanta orgulloso hacia el sol está vacío, pero el trigo que está doblado se dobla bajo el peso de los granos, que abundan en él, y Jesús se dobló, y Jesús se hizo nada en una Cruz.
Humildad y paz, queridos hijos, es Mi exhortación. Les amo y les bendigo: en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.