Pequeño rebaño de mi Sagrado Corazón, fui enviado por el Padre Celestial[1] para rescatar con un sacrificio de sangre a todos los hombres[2]. Mi sacrificio no quedó anclado en un hecho histórico, sino que es un acto eterno. Mi sacrificio de sangre es y será, hasta el final de los tiempos, sacrificio de Eucaristía.
Por eso, la revelación más grande —que después del Evangelio, la Iglesia y los Sacramentos– he entregado a la humanidad, es mi propio Sagrado Corazón Eucarístico.
Porque en la Obra Magna de mi Corazón, que es el Apostolado, y en los Últimos Llamados de Amor y de Conversión, quien les habla es el Cordero de Dios[3].
Y con mi amor eucarístico he venido a sanar y a salvar a la humanidad.
Los bendigo
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ave María Purísima, sin pecado original concebida.
[1] Juan 3,16
16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
[2] Lucas 22, 20
20 Hizo lo mismo con la copa después de cenar, diciendo: «Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es derramada por ustedes».
[3] Juan 1, 29-30
29 Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
30 Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.