Mi pequeña nada, me he fijado en tu fragilidad. Tu miseria y tu pobreza han inclinado mi amor misericordioso sobre ti. Te tomé de manos de mi santa Mamá como mi oblación, para hacer de ti alma víctima. Alma víctima por el santo padre, los obispos y sacerdotes, que por amor a ellos te ofreces por su santidad de vida.
Hijo, todas las gracias que te he otorgado: mis santas heridas, invisibles pero reales en manos, pies, costado, hombro y espalda; las tres espinas que he puesto, invisibles pero reales, en tu cabeza; las exudaciones de las lagrimas y escarchas de las palmas de tus manos. Pero, sobre todo, la gracia más grande que en ti se custodia: la Encarnación del Corazón de mi querida Mamá Inmaculada y de mi Corazón Sacratísimo, en tu corazón, siendo así uno solo en el amor y uno solo en el dolor. Para que, a través de esta crucifixión mística, tú conmigo, nos ofrezcamos al Padre Tierno y Misericordioso, por mis sacerdotes, por los bautizados y para que la humanidad reciba mi amor. Y todo esto es para que se extienda, en toda la creación, el Reinado de la Trinidad Santísima.
Así, mi pequeña cruz y crucificado viviente, ofrécete en reparación e intercesión, por amor.
Mi pequeña nada, victima, te bendigo con mi Sagrado Corazón, la victima por excelencia.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.