Pequeña nada:
Cincuenta días después de la gloriosa Resurrección de Jesucristo. El primer día de la semana, Día del Señor, los apóstoles habían celebrado la fracción del pan. Concluida la conmemoración del Santo Sacrificio, Santa María, la Reina Celestial en recogimiento clamaba: Maranatha.
Al contemplarla arrodillada, los apóstoles san Pedro y san Juan se colocaron arrodillados cada uno al lado de la Santísima Virgen. Uno a uno, los apóstoles fueron uniéndose al clamor de la Reina Celestial. Los discípulos, las piadosas mujeres y los primeros creyentes se colocaron en torno a mi Inmaculada Esposa.
Como una gran columna de fuego me posé sobre la Purísima Virgen. Y, a partir de Ella me extendí en forma de Llamas sobre todos los allí reunidos.
Todos recibieron, por medio de mi manifestación, el sello de la Santísima Trinidad.
Amados hijos, María es la Mediadora del Reino del Espíritu Santo. Únanse a la oración de esta excelsa Mediadora.
Escúchenla y vivan sus Llamados con convicción. Y así, no solo, pidan –y es importante hacerlo, con las plegarias del Apostolado– mi Reinado. No solo esperen, ni ansíen, ni sean pasivos en espera de mi Reinado, sino que construyan mi Reinado, realicen mi Reinado, trabajen por mi Reinado. No solo oren. Acompañen la oración con la acción y extiendan el Reinado del Espíritu Santo en toda la Iglesia, en toda la humanidad.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ave María Purísima, sin pecado original concebida.